sábado, 10 de diciembre de 2011


Breve instante

Soy de los que piensan que no has entendido algo completamente hasta que no eres capaz de explicárselo a tu abuela. Y a mí aquello me costó entenderlo una barbaridad.
No me llamo Peligro; ni tan siquiera Harry, y por supuesto hace ya bastante que nadie me alegra el día. Para todos, en la comisaría, soy Pepe, y al compás de la música de mi trabajo viaja el resto de mi vida: monótona, aburrida, y bastante llena de porquería. Todos los días me toca limpiar un pedazo de mierda de esta pequeña ciudad, en la que la gente sigue pecando como en las grandes, pero en menor cantidad, porque somos menos, no mejores. Cuando uno se decide a estudiar criminología para formar parte de una brigada especial de la policía judicial se imagina otra cosa. Y mi trabajo diario casi se puede resumir en detenciones de borrachos al volante y salir a buscar gente libre que debiera de estar presa. Lo dicho, limpiar mierda a la que le falta estilo para ser una mierda digna de análisis. Es suciedad ordinaria.
Aquel día de Diciembre había salido de casa bastante temprano, siete y cuarto más o menos. No había apenas tráfico. A esa hora en La Coruña la gente está durmiendo o empieza a levantarse (en caso contrario están llegando a casa). Tenía que visitar a unos “clientes” que se habían “olvidado” de volver a la cárcel. Era un buen momento para encontrarlos, y además, tocar un timbre para levantar de la cama a un fulano cabreado es algo que me sienta sorprendentemente bien. Pero no vayan a pensar en perversiones o manías: es solamente por joder. Si quieren una excusa profesional, digamos que los cojo en un momento sin defensa.
En la radio del coche me pareció que gritaba las noticias la niña de la voz engolada que tanto me aburre. No sé por qué, pero siempre que la oigo me das ganas de sonarme. Ya había desistido de encontrar “Cleenex” en los bolsillos de mi chaqueta, cuando la oí decir que había sido detenido un vigilante nocturno de Pompas Fúnebres -el tanatorio por excelencia de la ciudad, porque está en el centro, y porque es “el de toda la vida”, aunque suene paradójico-. Al parecer algunos familiares de fallecidos recientemente habían denunciado a la empresa mortuoria por actuaciones irregulares en el de la Plaza de La Palloza. Estaban indignados porque en dicho lugar –que goza de gran prestigio, y por las noches suele estar vacío (de personas con vida)- habían detectado visitas nocturnas extrañas  y repetidas de alguien sin relación con los difuntos. ¡Qué cosa más rara ¡ -pensé. Me tengo que enterar de esto. Como tenía mis contactos en la poli municipal llamé para saber más cosas.   
El destino no suele mandar grandes emisarios en caballo blanco para comunicar sus designios. Utiliza por lo general gente corriente, humilde, vecinos del piso de al lado. Resulta que la señora Mariño se había acercado a la puerta del Tanatorio a las cuatro y media de la madrugada. La probabilidad de que eso suceda en esta ciudad es prácticamente igual a cero. ¿Qué paso? ¿Un recado en plena madrugada? No, sólo es la ruleta del azar que gira y hace que el mundo camine a trompicones imprevisibles. Y nosotros, que en función de esos sucesos que no se pueden anticipar, improvisamos siempre tarde. Por eso la anciana pudo ver la luz de un flash salir por debajo de la rendija de una de las salas.
          Si no fuera por esos finos hilos que manejan Parcas atolondradas, probablemente la vida fuese de una sosería insoportable. El guardia de seguridad resultó ser solamente un muchacho cuyo delito era mayormente la tontería, la necesidad de dinero extra y la falta de respeto hacia personas muertas. La tontería le iba a costar el puesto de trabajo y una indemnización, probablemente, y la falta de respeto unos cuantos insultos. Todo por unos cuantos euros que alguien le daba por abrir la puerta y hacerse el ciego. ¡Caramba! –pensé-, ¡¡Alguien hacía fotos a los cadáveres!! ¡Eso era nuevo de verdad y estimulaba mi curiosidad!
El fotógrafo en cuestión se llamaba Iago Mosteiro, y tenía un sorprendente historial: en 36 años no había cometido ni un solo delito, y en los dos últimos meses había sido denunciado por robo de un bolso a una mujer en plena calle Real un sábado a las cinco de la tarde; allanamiento de morada en una casa del centro llevándose algunas cosas sin apenas valor; intimidación a varias personas por la calle, llamadas telefónicas inadecuadas de madrugada, y alguna pelea que otra provocadas mayormente por él mismo y su actitud desafiante.
La razón por la que aquel muchacho me pareció inocente desde el primer momento todavía la desconozco. Había confesado ser el autor de todos y cada uno de los delitos de los que se le acusaba. Pedí amablemente hablar con el chico. Los delitos no eran graves y seguro que tendría un juicio rápido en pocos días. No era un caso realmente importante, pero me atraía muchísimo. Quería saber por qué había hecho algo tan raro.
-Iago, tienes que echarme una mano si quieres que yo te la eche a ti. Por favor, intenta que todo lo que digas parezca cierto, porque lo que has hecho es bastante raro. Me gustaría que no me mintieras.
-Me gusta hacerles fotos a los muertos.
-¿Por qué? ¿Para qué?
- Su ausencia de movimiento calma mi ansiedad.
-¿Qué ansiedad?
-La que me produce ir siempre dos pasos por delante de la vida, con el único fin de evitar la muerte.
-Por Dios santo, ¿pero en qué piensas chico? ¡Toda esa gente a la que haces fotografías tiene familia! ¿Qué crees que pueden sentir al saber que tienen a sus muertos en la salita de estar de cualquier persona extraña? ¿Y qué me dices de todas esas denuncias por robos, peleas, allanamientos, etc. ¿También te calman?
-Inspector, ¿alguna vez ha pensado en la vida como una cadena de sucesos que cambian a cada instante, modificando todos los sucesos posteriores, continuamente, una y otra vez?
          -No te sigo.
-En los últimos meses he pensado bastante en el destino, ¿cómo puede ser que todo esté predestinado si las cosas cambian a cada instante? ¡Todos podemos cambiar el futuro! Esa chica a la que robé el bolso, por ejemplo ¿sabe qué llevaba, aparte de dinero? Dos entradas para la ópera. ¡Ya no pudo ir! La persona que iba a ir con ella tampoco pudo asistir. Y ¿qué hicieron en esos momentos? ¿Con quién estuvieron? ¿De qué hablaron? El simple hecho de que ellos cambiaran de planes implica a un montón de personas que también los tuvieron que modificar. Y así sucesivamente: ¡combinaciones infinitas de situaciones no previstas que al cabo de unas horas implican a toda la ciudad! Robando un bolso logré cambiar el futuro. Entonces, ¿era fácil conocer su destino de antemano? ¿Podemos evitar nuestro destino? ¿Podemos engañarle y, cuando venga a buscarnos, no nos encuentre?
Recordé de pronto una de aquellas conversaciones tontas con Eduardo en la cervecería de La Estrella.
-¿Sabes qué es la ansiedad? –me había preguntado. Moví la cabeza.
-¡Apretar el botón de la cisterna antes de terminar de mear! La ansiedad es un demonio que no te deja vivir. Como policía tienes muchos casos con víctimas y culpables. Lo que no tengo tan claro es que siempre sepas quién es qué.
¿Qué tipo de ansiedad era la que se estaba comiendo a Iago? Era un muchacho asustado que no paraba de hacer tonterías para no darse cuenta de que ese miedo se lo estaba llevando por delante. –“Interrumpir la vida de los demás para cambiar la dirección de las cosas” -me había dicho. Era un interruptor. Alguien que interrumpe un instante de la vida, y cambia todo lo que viene después.
-Háblame de las fotos.
-No hay mucho que decir. Un día se murió el padre de un amigo y me acerqué al tanatorio. Pasé la tarde con él, casi en silencio, apenas hablamos. Cuando salí me di cuenta que sentía una tranquilidad desconocida hasta entonces, y empecé a ir al tanatorio a ver los muertos de los demás,  y fui notando que la contemplación de la muerte me calmaba, me daba paz. Así que decidí sacarles fotos para tenerlas en mi casa y descansar con su compañía.
Salí de allí confuso. Incrédulo. Tenía que tomar el aire. ¿Con quién podía hablar del tema para que me diera otro punto de vista? ¿A cuál de mis compañeros habituales de tertulia podía soltarle semejante historia? Quizá fuese mejor olvidarlo y dejarlo así. Pero me intrigaba muchísimo ese caso. Algo se me estaba escapando. Mientras que a mí me causaba extrañeza y pesar la situación del muchacho, en la comisaría había bastante jolgorio con el asunto de los muertos. Barbeito suele ser bastante animal en sus juicios (los de pensamiento, no los de los crímenes) y andaba rebuznando que ese chico estaba enfermo, pero enfermo de verdad. A veces basta con una frase tonta para despertar una idea por demás sencilla. Lo bueno de las ciudades pequeñas es que enseguida puedes adivinar en qué bar está fulanito, a qué Iglesia acude a rezar  menganito, o en qué hospital se puede tratar a un enfermo; así que a la hora de investigar algo de lo que no tienes ni una puñetera pista, solo debes observar adecuadamente. Y escuchar. ¡estaba enfermo!
El Director del Oncológico de Eirís, confirmó lo que para mí ya era una certeza antes de entrar. La sonrisa triste que se dibujó en la cara del médico cuando le conté lo que estaba sucediendo me dio a entender un afecto por el muchacho que iba más allá de lo profesional. En ocasiones, en su profesión, se encontraba con pacientes que despertaban algún tipo especial de emoción. Iago era uno de esos casos. No era justo. Era buena gente, y muy joven.
Por extraño que pueda resultar, en ocasiones las cosas son exactamente lo que parecen. Una enfermedad incurable+Un chico hundido+Una angustia atroz= Respuestas extrañas, desesperadas. Un grito enorme de vida que sólo recibe su propio eco.
Como era de esperar, Iago Mosteiro no se presentó el día del juicio. Nadie pudo contactar con él, y me ofrecí para ir a buscarle a su casa. Le pedí a Ferrín que me llevase, por si acaso. Además, el tío es un artista utilizando el trozo de radiografía para entrar en las casas, y yo no sabía lo que me iba a encontrar. Efectivamente tuvimos que usar el plástico, aunque la puerta apenas se resistió: parecía dispuesta a colaborar. Lo primero que vimos fue un pasillo enorme y estrecho. La estrechez era más palpable por la cantidad de fotografías que llenaban sus paredes. Cientos de retratos de cadáveres lo llenaban. Ferrín no se movió de la puerta. Oí que pedía refuerzos y le hice una señal de tranquilidad. Para él aquello era el refugio de un psicópata asesino en serie, y para mí la casa de un chico enfermo.
Fuí abriendo las puertas que me encontraba, hasta llegar a la habitación que estaba más cerca de lo que parecía ser el salón. Estaba abierta y Iago reposaba en la cama, tapado. Debajo de las sabanas se podía ver perfectamente su cuerpo en posición fetal y abrazado a la almohada. Las paredes llenas de fotografías.
Dije su nombre varias veces, cada vez un poquito más alto, pero no se movió. Creo sinceramente que no quería despertarse. Y no se despertó. Nunca más. Mientras miraba las fotos que le rodeaban, pensaba en sus carreras escapando del destino, y cómo –a pesar de todo-  le había alcanzado. Recuerdo que sentí una gran tranquilidad. Mucha calma.

lunes, 6 de diciembre de 2010

" Siempre quiero irme. "

- ¡ Qué chico más gracioso !¿ de dónde eres muchacho ?Pareces andaluz.

- Soy de Huelva señora.

- ¡ Anda ! Pues yo pensaba que eras andaluz, por la lingüística, digo.

- Yaaa

Qué pocas ganas de hablar con nadie.

Para qué le habré dicho nada a la señora sobre si quería sentarse junto a su marido. Ahora seguro que se pasa el viaje hablándome, y además no sabe que Huelva es Andalucía. ¿ De qué puedo hablar con alguien así ?

Me quiero marchar. ¿ Por qué me entran ganas de marcharme cada vez que llego a algún sitio ?

¿ Por qué no puedo concentrarme en que lo que estoy haciendo es lo mejor que puedo estar haciendo en este momento ?

Me quiero ir, pero no sé a dónde, porque cuando llegue me querré marchar de allí también.

Lo que faltaba, ya tenemos al de la fila de delante hablando por el móvil a grito pelado.

¿ Por qué la gente tiene tan poco pudor por lo que dice, por las estupideces que le están oyendo todo el vagón?

¿ Será un problema tecnológico? A lo mejor el móvil ese no se oye bien y por eso grita. No, no, porque he visto y oído gritar a mucha gente distinta, y con teléfonos nuevos.

¿ Por qué cuando llevan a la persona con la que hablan al lado suyo, hablan en voz bajita, y cuando lo hacen por el móvil pegan esas voces?

Me quiero ir, me voy a levantar ahora mismo. ¿ Por qué tengo que aguantar la conversación en voz alta de este imbécil que acaba de gritar que han dicho en la tele que este fin de semana va a llover en Alicante?

¿ Quién soporta a esta gente? ¿ Hay algún Organismo Oficial sustentado con dineros públicos que llama de vez en cuando a los imbéciles para dejarles que digan estupideces y hacerles sentir mejor?

¿ Estoy pagando yo impuestos para que este imbécil grite que va a llover en Alicante este fin de semana?

Me quiero ir. No sería la primera vez que desaprovecho un billete pagado. Me vuelvo a casa y ya. ¿ Y qué hago en casa?

Los últimos cuatro billetes de avión que compré no los utilicé. No llegué a subir. Pero no siempre fue culpa mía. Sólo dos.

- Y qué ¿ vas a ver a la familia el fin de semana, no?

- No, este tren va a Alicante y mi familia está en Huelva.

- Anda, pues yo pensaba que ibas a ver a la familia.

- Yaaaa

¿ Tengo cara de necesitado de cuidados maternales? ¿ Tengo cara de necesitar un buen plato de sopa?

¿ Por qué tengo cara de ir a ver a la familia? ¿ Por qué tengo que tener familia?

No importa, es el esquema de la señora. Las circunstancias que es capaz de pensar sobre lo que hace la gente se resumen en dos o tres patrones nada más. Posiblemente me pregunte ahora si entonces voy a ver a mi novia. En caso negativo, la tercera pregunta será... ¿ y entonces a qué vas?

No tengo ganas de hablar. Me parece demasiado grosero ahora mismo poner el periódico directamente entre su cara y la mía. Si no me hubiera hecho ninguna pregunta..... Pero ahora ya no.

¿ Por qué siempre me tocará la fila que lleva dos asientos enfrente, donde tienes que torcer la cara para no encontrarte con la cara de enfrente?

¿ Por qué no me puede tocar una fila normal, con alguien al lado solamente? Alguien a quien sólo me preocupe no rozarle el codo.

¿ Y si me voy? ¿ Qué pensará la señora si me levanto, cojo mi bolsa y me piro. ¿ Pensará que soy un terrorista y he dejado alguna mochila por ahí.

Igual se lo dice al revisor y me detienen en la estación.

¿ Nadie me puede dar una pastilla para que me desmaye?

- Bueno, parece que ya arranca el tren. A ver si tenemos un buen viaje.

- Siii

El tren ya se mueve.

Ya no me puedo bajar.

Ya no hay solución.

Empiezo a sentirme mejor.

Se ha ido la incertidumbre.

Se ha ido la libertad.

Sólo necesito estar seguro.

Tengo miedo.

Y no sé de qué.

Madrid, Enero de 2006